La suerte del dios Billiken

Billiken con bola de cristal, en Osaka

Para los argentinos, Billiken es el nombre de una revista infantil que se publica desde el año 1919. El hecho de que haya atravesado varias generaciones hace que sea conocida por todos.
Pero ¿qué es «Billiken»? Es decir, ¿de dónde sale ese nombre?
Foto: Mr. Chura

Por sorprendente que parezca, en busca de una respuesta a esa pregunta podemos remontarnos a tiempos muy pero muy antiguos. ¿Nos perderemos en las nieblas de la Historia? ¿Seremos confundidos por mil cuentos y rumores, y extraviaremos el camino? Numerosos peligros acechan quien vaya en busca de Billiken, pero debemos confiar en que la suerte estará de nuestro lado.

Japón, siglo XVII

Dando un gigantesco salto en el tiempo y el espacio vamos a parar a Japón, alrededor del año 1663. Allí, el artista Kano Yasunobu ha concluido una hermosa pintura sobre seda que representa a los Siete Dioses de la Suerte: Benzaiten, Bishamonten, Daikokuten, Ebisu, Fukurokuju, Hotei y Jurōjin. No podemos retroceder más en el tiempo porque esta pintura es la primera representación del panteón tradicional de los Siete Dioses de la Suerte... hasta donde sabemos. En realidad, es posible que Tan’yu, el hermano del pintor, los hubiera representado antes. Pero dejemos de lado esos detalles.

Estatua de Hotei en el templo budista de Manpuku, Japón
Hotei en el Tenno-den (Sala de los Reyes
Celestiales) del templo budista de Manpuku, en Japón
Foto: Michael Gunther
Estos Siete Dioses de la Suerte no son todos autóctonos de Japón, ni mucho menos: el único con esa característica es Ebisu, dios oceánico de los pescadores, el comercio y el trabajo honesto. Daikokuten, Benzaiten y Bishamonten vienen de la India, mientras que Hotei y Jurōjin provienen de China.
De los dos dioses chinos, el que nos interesa es Hotei, que en China se llama Budai y representa a un monje budista que vivió durante la dinastía Liang tardía (907–923 d.C).

Pero todos conocemos a Hotei/Budai. Es esa estatuilla de un señor panzón y calvo, por lo general sentado con las piernas cruzadas, que siempre se está riendo. Nosotros solemos decirle «Buda», aunque no es el Buda Gautama. También se lo conoce como «el Buda que se ríe».
En Asia representa el contento, la felicidad, la plenitud y la sabiduría de contentarse con lo que se tiene. Se cree que frotarle la panza trae suerte, creencia que se extendió a Occidente. En el panteón budista a veces es un bodhisattva o santo iluminado, pero para la tradición popular japonesa tiene estatus de Dios de la Suerte, representa la virtud de la Magnanimidad, y es el Dios del Contento y la Felicidad.

El loco nuevo siglo

Menos mal que está la imaginación, porque si no, no sé cómo quedaríamos después de tan tremendos saltos en el tiempo y el espacio. Ahora aterrizamos en Estados Unidos a principios del siglo XX.

Menos problemas tuve para entender los dioses y santos asiáticos que para entender la locura que tenían los estadounidenses de los primeros años del siglo XX por los amuletos de la suerte. Era una verdadera epidemia. Hasta los financistas de Wall Street los usaban, y a veces los llevaban encima, metidos en bolsillos secretos de sus trajes.
Un amuleto de la suerte de la época podía tener una forma tradicional: de trébol, de herradura, de elefante, de chanchito, de moneda. O podía ser inventado por el portador: el tintero con el que había firmado un contrato exitoso, parte de la suela de un zapato que había usado en un día de suerte, etc.
También se habían importado símbolos de la suerte de Asia, como el «buda» Hotei y la esvástica. (Como es posible imaginar, la esvástica como símbolo de suerte cayó en desuso durante la década de 1930.)

Eventualmente algunos emprendedores comenzaron a diseñar, patentar y vender amuletos de la suerte. Estaba, por ejemplo, el Imp-O-Luck, patentado en 1923, que era una especie de duende que salía de una herradura decorada con tréboles de cuatro hojas. Se fabricó en forma de estatuilla dorada de yeso, en forma de placa metálica para llevar en el bolsillo, etc.
Pero parece ser que otros tomaron como modelo a Hotei.

Billiken nace como duende y es promovido a Dios de la Suerte

El 12 de junio de 1908, una profesora de dibujo de Kansas City, de nombre Florence Pretz, se dirigió a la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos para registrar un amuleto de la suerte que había inventado, y el 6 de octubre de ese mismo año la patente Nº 39.603 le fue concedida. El amuleto era Billiken, el «dios-de-todas-las-cosas-como-deberían-ser».

La actriz Florence Reed en su casa, en 1921
Todavía en 1921, la actriz estadounidense
Florence Reed fue fotografiada en su hogar
con vestimenta orientalizante y tocando un
idolillo similar al Billiken. Foto: revista Photoplay
¿Cómo era Billiken? Era una estatuilla antropomorfa parecida a las del «buda» Hotei. Sonriente y de rasgos orientales, aunque de aspecto aniñado y con un jopito en la coronilla, un poquito panzón, sentado con las piernas extendidas delante de sí, y con los brazos a los lados del cuerpo. Se parecía un poco al viejo Hotei y otro poco a los dibujos de duendes de los cuentos infantiles que estaban de moda.

¿Y de dónde había salido su nombre? Se cree con suficiente fundamento que el nombre Billiken apareció por primera vez en el poema de 1896 Mr. Moon: a song of the Little People, de los autores canadienses Bliss Carman y Richard Hovey. Allí es el nombre de un duende no descrito.
En 1907, el duende Billiken reapareció en la revista canadiense The Canada West, en una serie de cinco cuentos escritos por Sara Hamilton Birchall e ilustrados por la ya mencionada Florence Pretz. Esta vez Billiken era el protagonista, y al estar ilustrado podemos verlo: es un duendecito convencional, diminuto, aniñado, con escarpines y orejas puntiagudos, y alas y antenas de insecto.
Estos cuentos dejaron de publicarse en 1908, año en que Miss Pretz patentó el amuleto Billiken en forma de estatuilla. Este sería el Billiken definitivo que todo el mundo conocería, aunque al haber perdido las alas, las antenas y los escarpines en punta, ya no se parecía tanto a un duende.

Que hubo una intención por parte de Pretz de asimilarlo al «buda» Hotei podría discutirse, de no ser por un artículo aparecido el 3 de mayo de 1908 en el Chicago Daily Tribune, donde se ve a Pretz, en kimono, encendiendo incienso frente al ídolo Billiken. El artículo cuenta del interés de Pretz por la cultura japonesa, y de cómo encargó el modelado del Billiken a una amiga suya, la ya mencionada Sara Hamilton Birchall.

En otros artículos periodísticos de la época, Florence Pretz declara que, efectivamente, había tomado el nombre Billiken del poema Mr. Moon de 1896, que la inspiración para el Billiken le había venido de haber estado observando, cierto día, una colección de estauillas de dioses que se encontraba en el gabinete de arte del colegio en el que trabajaba, y que su intención al crear el amuleto había sido «hacer una imagen de la esperanza y la felicidad por cuyos preceptos uno pudiera más o menos regirse».

Postal de Billiken, 1908
Postal de 1908 con frase: «Mientras
yo te esté sonriendo / la mala
suerte no podrá dañarte. — Billiken.»

Billiken conquista el mundo

En sus primeras épocas de amuleto de la suerte, Billiken fue la mascota de la Liga de Artesanos —movimiento relacionado con el célebre Arts and Crafts—, y sus estatuillas, que eran de yeso, solamente podían adquirirse en los talleres de la Liga. Las publicidades gráficas del ídolo Billiken incluían mensajes especiales para sus «devotos» y frases inspiradoras relacionadas con la felicidad, cosa que lo diferenciaba de otros amuletos y mascotas de la época.

El éxito del amuleto Billiken fue arrollador e inmediato (tal vez ayudado por cierto espiritualismo popular de la época, que preconizaba el optimismo). Ya durante el año de su creación fue furor en Canadá y en Estados Unidos. A las primeras figuras de yeso dieron lugar alcancías, postales, rompecabezas, hornillos de incienso, botellas, tazas, prendedores, colgantes, muñecos… todo con la efigie de Billiken. Hubo canciones sobre Billiken y números de baile con muñecos de Billiken.
También le salieron imitadores, como Joss, Joy Germ, Billycan, Silligen, Gobbo y Buddha Ho-Ho, hoy olvidados.

Con el correr de los años Billiken se extendió por el mundo, arraigando en los lugares más impensados.
En 1945, la antropóloga Dorothy Jean Ray arribó al remoto pueblo de Nome, en Alaska, y encontró que allí se vendían billikens tallados a mano en enormes cantidades. Al preguntar a los locales qué era ese pequeño ídolo, le respondieron que era «algo que los esquimales siempre habían hecho». Luego supo que eso no era cierto, pero que aun así la venta de billikens representaba un aporte importante a la economía esquimal.
Los billikens de Alaska están tallados a mano en materiales naturales, como marfil de morsa, hueso de ballena y piedra jabón.

Catálogo de artesanías de marfil, Seattle, 1916
Página de catálogo (1916) de un vendedor de curiosidades de Seattle, con artesanías de marfil. Los objetos marcados con el número 6 son billikens de Alaska.

Ray también observó que la costumbre de tallar billikens, que había sido adoptada por los esquimales de Alaska en 1909, había sido transmitida poco después a los esquimales de Uelén, en Siberia, introduciéndose en el folklore del pueblo chukchi. Estos billikens rusos se llaman pelikens.


Billiken gigante en Osaka
Enorme billiken en plena calle, en Osaka. Mientras que
en Estados Unidos se considera que trae suerte frotar la
panza del Billiken, en Japón la tradición sostiene que hay
que frotarle las plantas de los pies. Foto: Connie
En determinado momento el dios Billiken llegó a Japón, donde se encontró de manos a narices con su ancestro, Hotei. ¿Y qué ocurrió?

En la ciudad de Osaka, el barrio de Shinsekai había sido originariamente modelado en estilo neoyorquino, e incluía un parque de diversiones llamado Luna Park, que funcionó entre 1912 y 1923. Allí se había emplazado en su época un billiken de madera, obviamente en representación de la cultura estadounidense. Como resultado, Billiken terminó convirtiéndose en uno de los símbolos de Osaka, que hoy está plagada de billikens de todos los tamaños. El más famoso, también de madera, está solemnemente entronizado en la torre Tsūtenkaku.

Billiken para la posteridad

Aunque la fama de Billiken ya estaba decayendo hacia 1912, con el correr de los años diferentes entidades lo proclamaron su mascota o adoptaron su nombre. La revista infantil Billiken, que todos los argentinos conocemos, fue una de ellas, en 1919; en 1920 apareció en Caracas una revista literaria con el mismo nombre, que se publicó hasta mediados del siglo pasado.
Curiosamente, en Argentina se sostiene un mito local sobre el origen de Billiken: se dice que este era originariamente un dios hindú capaz de conferir felicidad, y que los amuletos Billiken fueron introducidos a este país por su fabricante, quien se habría llamado Billy Kent.

Por más que comercialmente haya pasado de moda, Billiken tiende a resurgir, especialmente en Japón, Europa y Estados Unidos. En las décadas de 1960 y 1970, Japón producía billikens en forma de figurinas de cerámica, alcancías, saleros y objetos por el estilo, mientras que en Estados Unidos fueron documentados moldes para repostería, dijes y estatuas de cemento para jardines.

Los dejo con esta declaración que hace el mismísimo Billiken en el primer número de la revista infantil homónima, que es testimonio de su arribo a la Argentina:
Aquí, en este bello país, he encontrado niños de todas las razas, he visto mil pueblos reunidos bajo una linda bandera que hace pensar en el cielo, y me he dicho: este es el país donde Billiken debe quedarse.

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